EL AMOR VERteDERO
– Doy gracias al formato mp3. ¿Quién me hubiera dicho que podría escuchar las mismas notas que un día le sobrevinieron a Chopin? ¿Y que ni la muerte pararía a Freddie Mercury? Sólo gracias a esta locura de tecnología. ¡Qué maravilla! ¿Cómo es posible que vivamos en unos tiempos como estos? Donde las posibilidades son tan innumerables que sólo de pensarlas te invade la desidia. ¿Os dais cuenta? la pereza se ha aliado con la sobresaturación, ¡todo se puede hacer!, así que lo más difícil es no hacer nada. ¿Entendéis la lógica? Lo que esconde esta paradoja moderna. ¿Pero qué? – de repente Clara escupió una masa rojiza sobre la espalda de un bailarín de baldosa y birra empuñada- ¿Por qué se empeñan en juntar los frutos secos con las gominolas que les sobraron en Halloween?
-Clara, estás borracha- sentenció Simone, la abstemia del grupo.
– No. Creo lo no.
– Pues yo creo que sí. No has podido ni decir esa frase ordenando adecuadamente las palabras.
-Lo no creo.
-Vuelven a estar mal.
-Si fuese un bicho verde que habitase en una laguna, con la habilidad de hacer resplandecer baritas largas y absurdamente mortales, nadie pondría en ente-tren-trene-entredicho mis palabras.
– ¿Hablando de Yoda? ¿De verdad, Clara? Ni si quiera has visto Stars War -Leia, quien había heredado su nombre de la excitación que le produjo a su padre escuchar las palabras «Yo soy tu padre» en los cines Venecia, sintió las declaraciones de su amiga como un ataque directo a su persona.
– No me hace falta verla. ¡La sociedad se encarga de que me sepa las mejores escenas, conozca sus enrevesadas intrigas políticas, e incluso recite sus diálogos! ¿Hasta cuándo tienen pensado alargar esa saga? ¿Cuándo dejaran de contratar guionistas en Hollywood que han condimentado sus desaboridas vidas imaginando cada detalle de esos estúpidos personajes? ¿Es necesario saber la infancia de Chewaka? ¿Cómo le peinaba los cabellos su madre antes de ir a la escuela? ¿Con quién perdió su virginidad? ¡¿Nadie sirve cervezas en este sitio?!- Clara cada vez estaba más recostada sobre la barra del pub, sus pies ya no tocaban el suelo intentando encontrar a un camarero que le sirviese otra IPA.
– Se te va a salir una teta como sigas asomándote de esa manera-Roza siempre tan directa.
– Así quizá me atendiese alguien.
– ¿De verdad estarías dispuesta a utilizar tu cuerpo como reclamo, sólo por una bebida mal tirada?
-¡Dios, Simone! Para un poco, tanto análisis femicrítico me ahoga. ¡Apenas puedo respirar!
-Creo que eso se debe a la presión que está haciendo tu pecho sobre la mesa.
-Roza, ¿quieres callarte? -Clara había perdido un tacón al intentar hallar suelo de nuevo.
– ¿Te ayudo con el zapatito de cristal, Cenicienta? – uno de los chicos del pub se había agachado a recoger el zapato perdido y de rodillas, con el equilibrio a medio beber como su copa, impostaba una pose cortés.
Clara se giró de inmediato. A punto estuvo de estamparle un pie en la nariz al joven, pero rozando larguero esquivó el golpe con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¿Eres el príncipe azul?
– Para servirla -la reverencia que sugirió bien podría haberse debido a una falta de riego.
– ¿Y qué opinas del amor verdadero?
– Que podría empezar esta noche.
– ¿Y cuánto dura el amor verdadero?
– Pregúntale a las perdices.
Clara, compadecida por los bruscos movimientos de su interlocutor, le invitó a levantarse con un gesto.
– Antes de nada, creo que debería aclararte que no creo en los cuentos, y que el amor verdadero no existe. Sé de lo que hablo, porque he conocido a unos cuantos.
– Quizá se debió a que no eran los correctos.
-¡Oh sí! No tengo ninguna duda de que todos eran mis Amores Verdaderos. Todos eran apasionantes y capaces de nublarme la vista. Todos me enamoraron a su forma, ni más ni menos, sólo diferente. Y a todos les quise tanto como pude. Entonces, ¿sigues pensando que el amor verdadero es una cuestión de podios, en el que sólo puede alzarse uno como vencedor?
-Hasta ahora te había seguido un poco el juego, guapa… Pero siendo sincero, creo que ninguno de los dos vamos a conseguir lo que queremos esta noche. Aquí tienes tu zapato.
El chico le tendió el tacón y sin echarle una mirada de más, retomó el baile con el grupo de amigos a los que había abandonado por la caza.
-No te quería decir nada, Clara, pero se le veía imbécil desde el minuto uno- comentó Leia que ya había conseguido una cerveza para su amiga.
– Puede que sea un poco estúpido, pero tampoco es que tú estuvieses fina con la conversación, ¿cómo se te ocurre decir el nombre Amor de apellido Verdadero? ¿No ves que asustas a cualquier tío a dos kilómetros a la redonda? Has estado fuera del mercado durante tantos años que no sabes mantener un diálogo normal con el género masculino.
-Gracias Roza por tu apreciación.
-De nada.
-¡Chicas! -intervino Simone-. No quiero esto, nosotras no nos comportamos así, hoy habíamos quedado para pasar un buen rato, hacía muchísimo que no lográbamos coincidir las cuatro, no lo echemos a perder por estupideces como éstas, por favor.
Las demás asintieron con la razón convencida, pero el corazón dolido todavía.
Simone siempre hacía por reunirlas, eso era cierto. Esa noche celebraban el nuevo trabajo de Simone, quien había pasado de un puesto bueno a otro mejor con la crisis económica de fondo de pantalla. Les había invitado a cenar y a una ronda de bebidas, a pesar de que ella sólo mojase los labios en un Astoria para disimular lo poco que sabía de vinos.
Llevaban desde las nueve entre risas y recuerdos pero ahora, todas menos Clara, hacían un importante denuedo para no cerrar los ojos en medio de esa muchedumbre embriagada. Miraban con desesperación a su amiga, y hacía rato que no movían ni un músculo del cuerpo al son de la música. Pero Clara no parecía darse por aludida, y entre trago y trago aullaba por cada canción reconocida.
– ¡Vamos Simone! Parece mentira que estemos de fiesta. ¡El lunes serás un poco más rica que este viernes! Piénsalo y anima ese culo.
-Lo sé, lo sé, es sólo que me duelen un poco los pies. ¿Cómo estáis vosotras, chicas?
Frase inequívoca de que la noche terminaba allí. El resto sólo necesitaron de esas palabras mágicas para echar mano a la chaqueta y aproximarse a la salida.
-¡Pero yo no me quiero ir! Venga, si esta canción es buenísima- Clara quejicosa arrastraba los pies por la pista, mientras recibían codazos y pisotones de otros apasionados danzarines nocturnos.
-Clara, haz lo que quieras, pero nosotras nos vamos- finalizó Roza saliendo por la puerta del local.
Anduvieron con pasos rápidos directas a la parada de autobús más cercano. Con satisfacción, Roza y Leia cogieron el suyo sin tener que esperar siquiera un minuto. La despedida fue fugaz, giro, pelo ondulante y beso al aire que las otras amigas recibirían como botella lanzada al mar.
Clara y Simone no compartían autobús, pero juntas hicieron suficiente tiempo como para que el nocturno de Simone apareciese en medio de la plaza. Ésta última se subió un tanto perturbada por el estado de su amiga, que todavía seguía afectada por las dos últimas copas que no debería haberse tomado.
Pero Clara la despedía desde la calle, sentada todavía en el banco de metal de la estación, con una sonrisa estúpida colgándole sobre la barbilla. Simone suspiró, le hizo un gesto con la mano y se endosó unos auriculares en las orejas para aislarse de la vuelta a casa.
Era una noche templada que Clara agradeció enormemente al comprobar los minutos que todavía debía aguardar hasta que llegase su bus.
A diferencia de sus amigas, nunca salía de casa con el suficiente entretenimiento, que una hija del milenialismo, debía portar en el bolso. Su móvil estaba exento de canciones y cualquier libro acababa siendo olvidado en el metro, por descuidos incomprensibles que le hacían perder «Los Pilares de la Tierra» como si de una lentilla se tratase.
A pesar de eso, raras veces se aburría. Uno de sus mayores hobbies era observar a la gente. Gozaba viendo como las personas de en rededor caminaban absortos en la naturalidad de lo cotidiano. Clara se sentía como una Boujour asexuada, que sólo encontraba satisfacción cuanto más nimia fuese la acción que el aleatorio protagonista estuviese practicando.
Como la chica que se atusaba el pelo apoyada en la brillante marquesina de la parada. Un halo de luz iluminaba sus dedos fingiendo ser tijera que segaban las puntas abiertas. También estaba aquel que hablaba demasiado alto a su amigo. El soliloquio que mantenía era tan apasionante como borracho estaba. Todo giraba en torno a la malvada y flemática de su ex, quien le había reventado el corazón y sólo le había dejado un vacío inmensurable en el alma. ¡Ay, mi alma! Otra chica clamaba a la par en el lado opuesto de la acera, contándole a su correspondiente y paciente amiga lo malvado y flemático de su ex, quien le había reventado el corazón y la había vaciado el alma… Es decir, otra historia masivamente única.
Por último, los ojos de Clara se apoyaron en el joven que se sentaba al otro extremo del asiento. Llevaba unos cascos y movía sus manos al ritmo de una música sólo apreciable para él. Parecía que se fuese arrancar a bailar en cualquier momento, y a Clara en esas situaciones, le gustaba imaginarse que el oyente lo flipaba con los mejores éxitos de los Cantajuegos: «Veo, veo, qué ves, una cosita, qué cosita es…».
Ante esa imagen tan cómica, no pudo retener una risa sonora que hizo que el chico de los cascos levantase la cabeza sobresaltado.
-¿Se puede saber qué es tan gracioso? -preguntó entre curioso y molesto.
-¡Perdona!- Clara intentaba mantener la compostura, pero la risa floja se lo ponía difícil-. Es que te he imaginado escuchando algo totalmente fuera de contexto y me ha parecido muy divertido.
-¡Ah! -la respuesta realmente le había sorprendido- bueno, si sólo es eso…
– Sí, es que para no aburrirme me gusta inventarme historias sobre las personas que pasan por delante.
Clara se dio cuenta de que esa sinceridad desbordante sólo desvelaba lo perjudicada que la habían dejado las cervezas, pero debido precisamente a ese hecho, no le preocupaba ni lo más mínimo.
-Interesante. ¿Y cuál es la mía? -contra todo pronóstico, el chico parecía interesado por su extraña afición.
-¿La tuya? -deliberó Clara con ojos pesados- Todavía no he podido hilar todos los puntos. Necesito algo de tiempo.
-Tienes veinte minutos hasta que venga mi autobús, así que adelante.
-¡Está bien! Menuda contrarreloj tan dura. A ver, a ver… Primero: Profesión. ¿A qué te puedes dedicar? -le miró de arriba abajo un impar de veces- Tu ropa indica que la moda no es lo tuyo.
El joven echó un ojo rápido a lo que llevaba puesto, y con un ligero movimiento de cabeza y un sonido gutural le dio la razón a Clara.
– Así que me decanto por pensar que eres una persona de ciencias.
– Podría ser.
-¿Lo eres?
– No, no, no. Lo bonito de esto no es que adivines de verdad quién soy, si no que me inventes desde cero. Quiero que me digas quién soy para ti.
Todo estaba siendo demasiado absurdo esa noche de viernes (sábado ya), pero de perdidos al mar, que de rutina ya tenía sobredosis.
-Muy bien, ¿quién eres? Pues eres David. Tienes cara de David, así que te llamas David.
-Me hace gracia que las personas tengamos cara de nombres. Más bien tenemos cara de los recuerdos de esos nombres. Seguramente no habrás escogido este al azar, algo te habrá hecho bautizarme con él.
Clara tenía la cabeza demasiado embotada para pensar en el porqué le había sobrevenido David. Era un cualquiera, algo neutral, no iba más allá. ¿Por qué le daba tantas vueltas? ¡Madre mía qué tío tan raro!
-¡Ay, David pues no lo sé! Siempre te has llamado así.
-De acuerdo, perdona. Tienes razón. Continúa.
-Naciste hace veintinueve años en un pueblo de Ávila, pero tus padres se vinieron a la ciudad pronto. Tienes dos hermanos, todos hombres, y tú eres el más pequeño. Tu madre te tuvo por una accidentada casualidad, ya que los síntomas premenopáusicos le hicieron relajarse con la profilaxis.
-¿También vas a contarme la vida de mi madre?
-¡Tu historia está ligada absolutamente a la de ella! Podría desarrollar un árbol genealógico más frondoso que el de los Kennedy, pero sólo me has dado veinte minutos así que tendremos que centrarnos en ti.
-Te lo agradezco. Una vida resumida en tan poco tiempo por fuerza no debe ser demasiado intensa.
-¡Claro que sí! A nadie le suele interesar biografías que ocupen más de ciento cuarenta caracteres.
-Bueno, eso era antes, sabes que Twitter ha cambiado su política de publicaciones y ahora puedes extenderte hasta más de…
Chistando Clara le indicó a David que se callase.
-Ese ha sido siempre uno de tus problemas, David. Que nunca has sabido cuando cerrar la boca. ¿Recuerdas aquella vez paseando cerca del cementerio de la Almudena, que viste a un grupo de hombres trajeados portando una urna y gritaste, «¡Mirad, los Men in Black!»?
– Joder que si lo recuerdo. Casi me rociaron con las cenizas de su difunta abuela.
– Sí, no sé como llegaste a escapar.
-Pues porque igual que mi boca me ha causado muchas desdichas, también en alguna que otra ocasión me ha salvado la vida.
Entusiasmada Clara agitó mucho las manos.
-¡Cierto!, no se me olvidará nunca el día que distes un puñetazo al presidente del gobierno y cuando se acercó la policía les dijiste: «¡Tranquilos, tranquilos!, que soy su primo. Me debía todavía el dinero que le presté estas navidades, pero ya con esto estamos en paz».
David comenzó a reír sin pausa.
-Bueno, y qué me dices del corazón. ¿Cómo lo tengo? ¿Roto, sin usar?
-¡Uf, rotísimo! -aseguró Clara sin atisbo de duda.
-¿Sí?, ¿y eso?, si soy una persona extraordinaria.
-¡Y es que acaso las malas personas son las únicas que acaban solas! Siempre moviéndote en esa dualidad entre ingenuidad y sabiduría, David.
-Pues a ver, cuéntame, ¿por qué soy un absoluto fracaso en el amor?
-De primeras, porque al ser yo la narradora, habrá partes de tu historia que directamente reflejen mis propias experiencias. No se puede hablar de lo que uno no conoce.
-¿Y tú no conoces el amor? -David la miraba con los auriculares todavía colgados en las orejas.
La exhalación que profirió Clara hizo vibrar sus labios.
-¡Por supuesto que lo he conocido! Love is in the air. Love is in the música, in the películas, in the libros… Love is ficción. Una ficción a la que visten de realidad -David estaba abriendo la boca para contradecirla, pero Clara se adelantó- . Pero, no. Si quieres que siga inventándote debes dejar de interrumpirme. No es mi vida la que importa en este momento. Eres tú el que has tenido unas relaciones de mierda en el pasado. No has conseguido retener a ninguna mujer más tiempo de seis meses, y todavía no sabes si eras tú el que las dejabas escapar, o quien las impulsabas a hacerlo.
David miraba al suelo concentrado, como si en él estuviese escrito un párrafo de Coehlo.
-Desde entonces ya no crees en el amor artificial que nos venden en los escaparates. Sabes que las comedias románticas son sólo el aceite que pone a punto el engranaje de nuestra sociedad. Mujeres y hombres abrumados por la cercanía de la soledad. Temen que el otro lado de la cama esté demasiado frío, temen pasar sus días en casa sin que nadie les pregunte qué tal el trabajo. Miedo y más miedo, son los fundamentos del amor.
-¿Has terminado?
-¡No! ¡Atiende! Te has vuelto tan escéptico en tu búsqueda de una pareja duradera, que has fundado un grupo de solteros igual de fracasados que tú. Lo llamaste: «EL AMOR VERteDERO». Tiene hasta un app para Android con más de trescientos suscriptores. Te hicieron una entrevista en uno de esos programas de radio que sólo escuchan de madrugada camioneros y taxistas. Buen público objetivo para tu aplicación, por cierto.
-¡El amor vertedero! ¿Se te acaba de ocurrir ahora?- preguntó David impresionado.
-¡No, David! Se te ocurrió a ti después de que Lola te plantase por tercera vez en un año. Pensaste que ahí es donde había ido a parar el amor verdadero. A la basura… ¡Pero que veo! Sólo quedan tres minutos para que llegue tu autobús.
David se giró para observar la pantalla en la que en letras verdes se comunicaban los minutos que faltaban para que llegasen las correspondientes líneas de transporte interurbano.
-Ni si quiera me había dado cuenta. Se me había olvidado por qué estaba aquí sentado.
-¡Si quieres te lo digo, David! Yo sí lo recuerdo. Así voy aproximándome al final de tu historia.
-Me temo que sé lo que vas a decir.
-¡Para nada!
-¡Eres muy predecible aunque creas que no! Dirás que la casualidad me trajo al mismo banco en el que estabas sentada. Que fingí escuchar música para disimular las ganas que tenía de mirarte. Pero que en realidad mis cascos ni si quieran estaban conectados al reproductor. Estoy seguro de que este encuentro fortuito nos curará los corazones devastados, y que volveremos a amar como sólo los incautos y los idiotas lo hacen. Abnegarás de todo lo precedente afirmando que el amor existe, y que sólo hay que levantar la mirada del suelo de vez en cuando para contemplar quién se sienta al lado.
Clara sonrió.
-Lo has adivinado.
-¿Sí?
-Sí, me has robado cada palabra de mi boca -al momento, un autobús paró en la calzada y soltó a todos los pasajeros que llenaban su vientre.
Al verlo Clara se levantó como un resorte y con largas zancadas lo alcanzó mientras hablaba.
-Lástima que no seas real, David. Que el exceso de alcohol e imaginación hayan sido los responsables de tu historia. Aunque por otra parte, en la ficción es donde habita el amor, ya lo sabes. Y esa mentira es más bonita ahora que te he inventado.
Clara ya estaba en las puertas acristaladas del autobús dispuesta a entrar. David seguía sentado en el mismo lugar. Uno de sus auriculares se había desprendido de su oreja.
Los dos se miraron durante unos segundos. Eran dos desconocidos que habían compartido únicamente veinte minutos, así que tampoco se despidieron. Clara se sentó en uno de los asientos próximos al conductor y desvío la mirada para no toparse con la de David.
Él por su parte comprobó el tiempo que le quedaba por esperar. Se colocó lentamente el casco que se le había caído, y jugueteó con la clavija suelta que adornaba el final de los auriculares.
La música muda invitó a bailar de nuevo a sus dedos, al son de un imaginario «Love is in the air».