UNA CANCIÓN, UN RELATO

ESCRITURA AUTOMÁTICA

Clases del taller de escritura creativa con Tamara Berbés en La Íntegra teatro.

Ejercicio: ¿Qué te inspira cada canción?

1.

Siempre le habían hecho gracia como los hielos tintineaban en los vasos de licor cuando los camareros los dejaban caer con un impostado estilo. ¡Qué mal hizo la película de Cóctel a toda una generación! ¿Cuántos Tom Cruises que se han quedado a medio camino de Top Gun y Misión imposible?

Esa noche, el Pub seguía dando la misma impresión de agobio que la noche anterior, y la anterior, y la anterior. Un tiempo estancado como el agua de aquella bayeta olvidada en la esquina de la barra ¿Cuánto llevaría allí? Julio ya ni contaba los días en los que su compañero Rafa dijo que la recogería, mientras contestaba a un WhatsApp y mascaba chicle con mandíbulas bien entrenadas. Un Pub en el  que nunca pasaba nada, apenas gente. Las cucarachas eran las únicas que dejaban propinas. Y el escenario, que un día quiso hacer las veces de cazatalentos, ahora sólo hospedaba una guitarra de tres cuerdas.

2.

Se calzó su gorro de ala ancha. Su madre le solía decir que los sombreros podían revelar la posición moral de las personas.


—Nunca escatimes el valor de un buen sombrero hijo. Nunca pienses que es un gasto perdido. Cuando alguien con un buen sombrero se presenta delante de ti, el aire se arremolina a su paso y todos se giran a mirarlo. Porque en las alturas está el gusto. Y tú, mi vida, llegarás a llevar un buen sombrero.
Sergio ya no tenía diez años, y su casa de Sicilia se había quedado muy lejos, al otro lado del Atlántico, con cuarenta años de distancia. La sua mamma ya nunca más le hablaría, ni le volvería a dar consejos.

Su féretro se alzaba ante él, desde las alturas, para que pudiese observar bien el sombrero que se había puesto en su honor.

3.

La camita no medía más de un metro de largo, y sin embargo, ella sólo era un bultito en medio de tanta sábana y tanta manta. Su pijama se le ajustaba al pañal y respiraba como si los problemas nunca pudiesen existir. Marta miraba a la pequeña, ya había desistido de recolocarse bien el pelo que apenas recogía la goma de su coleta. Estaba agotada.

4.

El álbum de fotos estaba revuelto por el suelo. Todas las fotos tenían cientos de pegatinas pisándose las unas sobre otras. Fecha sobre fecha, tachón en marzo, interrogación en mayo. Nombres de personas, de lugares, de sitios en los que alguna vez ella estuvo. Esas palabras estaban puestas en todas las fotografías con una caligrafía temblorosa.

Tú estuviste aquí, en Mérida, en Dinamarca y en Argentina. Ahí le conociste, ese fue el mejor día de tu vida. Lo que más te gustaba era olerla su cabecita antes de acostarla. Acuérdate de vuestra primera casa junto al mar. Acuérdate de que te encantaba bailar. Tu canción favorita… Él te la solía tocar… Acuérdate.
Recuérdate.

5.

Bueno, no fue fácil ver esa fotografía.
Eso ya lo sabía.
Debería haber bloqueado a su familia de Facebook, en la opción de borrar del planeta, por favor. Pero ahí estaba, muy guapa… La verdad que preciosa.
¡Joder no! Céntrate. Porque lo importante no es lo guapa que estuviera Lucía en París. Lo importante de esa puta foto es lo guapa que estaba Lucía en París con otro.
Que ya estaba con otro pavo. ¿Pero quién era ese gilipollas? Aparte de más calvo, y más… Bueno, quizá tiene un poco más de músculos que yo. Quizá. Quizá es cierto que parece más alto. Pero seguramente es porque ella no lleva tacones. Conmigo siempre se ponía esos tacones. No porque le quedasen bien, era para dejar claro que era más alta.
¡Joder! Si sólo han pasado seis años… ¿Cómo puede estar ya con otro?

6.

En la cola del autobús hay veces que el tiempo se masca como mantequilla de cacahuete. Se hace eterno. Además el espacio se reduce, a más gente, más intensidad del tiempo de espera. En esos momentos en que solo quieres que el número 7 se dibuje a lo lejos, lo peor que te puede pasar es que un vecino aparecido decida entablar una insustancial conversación.
El tiempo…
Sí, es un tema igual de interesante que lo gris del cielo.


CÁRCEL

ESCRITURA AUTOMÁTICA

Clases del taller de escritura creativa con Tamara Berbés en La Íntegra teatro.

Ejercicio: Un input + 10 min

Nunca me había imaginado que los barrotes tuvieran ese tacto correoso al pasar los dedos. En las películas siempre quedan en segundo plano, como un cristal por el que ver al preso. Pero cuando los tienes delante te hacen sentir de una forma extraña. Primero pienso en lo mucho que puede bloquear el espacio. Ya que la masa que compone los barrotes es inferior a la del espacio que les separa. Y sin embargo son capaces de cortar alas. 

Entre kilómetros de espacios las alas pueden no batirse más. 

Así que, a raíz de los barrotes llego incluso a aborrecer el espacio. Odio no tener suficiente, que ellos sean los que decidan qué larga es mi libertad o que sean los mismos que la corten. ¿Cómo algo tan frío, estúpido, inerte, puede ser tan rotundo? 

—¿Me dejáis salir? —les pregunto.

—Jamás. 

Pero los recuerdos sí que pueden atravesar ese espacio eterno e insuficiente entre ellos.  

—¿Alguna vez me besaron?¿ Alguna vez besé? 

—Sí —de nuevo su respuesta tajante. 

Todo lo que tuve está difuminado. Está…estuvo… se fue. 

Y cuando los barrotes se enrollan en mi cuello intento aferrarme a ese recuerdo, el que va y viene con toda libertad por mi cabeza. De fuera hacia dentro.