UNA DE PRINCESAS

ESCRITURA AUTOMÁTICA

Clases del taller de escritura creativa con Tamara Berbés en La Íntegra teatro.

Ejercicio: Crear un microrrelato a través de las emociones de otros compañeros en 15´. Obstáculos, resilencia, la muerte, la pérdida…

Abrió los ojos repentinamente, como si nunca antes hubiese sabido utilizar sus párpados. Estaba tendida en el suelo, y un peso brutal le oprimía el pecho. Intentó pronunciar palabra, pero solo humo se escapó de sus labios.

Humo… donde siempre había residido fuego.

Observó la escena que tenía a su alrededor, la torre derruida se apilaba sin orden en montañas de despojos. Como era ella misma, un despojo, un ser que habían dado por muerto. Incluso ella misma dudaba de si no fuese más que un cadáver con un fantasma escondido.

Miró su tronco, robusto, escamoso. Empapado de una sangre ácida que parecía corromper su piel.
Si no estaba muerta, poco le faltaba… Y en ese momento sólo sentía lástima por sí misma.

Ser el dragón en un cuento de princesas siempre fue muy complicado. La muerte siempre rondaba su cabeza, y los príncipes no demostraban demasiada caballerosidad cuando se trataba de lanzar una espada lo más próxima al corazón. Ser dragón siempre fue complicado…¡Pues no os imagináis lo difícil que es ser una dragona!

Era una auténtica cruzada conseguir un puesto aterrador en los pequeños pueblos medievales. Nadie las tomaba en serio. Sus rugidos siempre, decían, eran menos atronadores que los de sus compañeros masculinos. A menudo les cuestionaban qué harían con sus huevos cuando tuvieran que estar custodiando los castillos y a las princesas que allí habitaban. Le había costado demasiado conseguir ese puesto de trabajo como para verse así ahora, tendida en el suelo entre escombros.


De pronto oyó una voz romperse. Un llanto amargo retumbó en sus oídos y en su vista nublada se dibujó una figura que se acercaba desconsoladamente.


Era su princesa.


Tanto tiempo compartido. Historias, anécdotas, sus vidas… Y ahora parecían expirar.


—¡Pero qué haces estúpida! No te acerques a esa bestia —gritaba el caballero limpiando su espada de sangre seca.


UNA CANCIÓN, UN RELATO

ESCRITURA AUTOMÁTICA

Clases del taller de escritura creativa con Tamara Berbés en La Íntegra teatro.

Ejercicio: ¿Qué te inspira cada canción?

1.

Siempre le habían hecho gracia como los hielos tintineaban en los vasos de licor cuando los camareros los dejaban caer con un impostado estilo. ¡Qué mal hizo la película de Cóctel a toda una generación! ¿Cuántos Tom Cruises que se han quedado a medio camino de Top Gun y Misión imposible?

Esa noche, el Pub seguía dando la misma impresión de agobio que la noche anterior, y la anterior, y la anterior. Un tiempo estancado como el agua de aquella bayeta olvidada en la esquina de la barra ¿Cuánto llevaría allí? Julio ya ni contaba los días en los que su compañero Rafa dijo que la recogería, mientras contestaba a un WhatsApp y mascaba chicle con mandíbulas bien entrenadas. Un Pub en el  que nunca pasaba nada, apenas gente. Las cucarachas eran las únicas que dejaban propinas. Y el escenario, que un día quiso hacer las veces de cazatalentos, ahora sólo hospedaba una guitarra de tres cuerdas.

2.

Se calzó su gorro de ala ancha. Su madre le solía decir que los sombreros podían revelar la posición moral de las personas.


—Nunca escatimes el valor de un buen sombrero hijo. Nunca pienses que es un gasto perdido. Cuando alguien con un buen sombrero se presenta delante de ti, el aire se arremolina a su paso y todos se giran a mirarlo. Porque en las alturas está el gusto. Y tú, mi vida, llegarás a llevar un buen sombrero.
Sergio ya no tenía diez años, y su casa de Sicilia se había quedado muy lejos, al otro lado del Atlántico, con cuarenta años de distancia. La sua mamma ya nunca más le hablaría, ni le volvería a dar consejos.

Su féretro se alzaba ante él, desde las alturas, para que pudiese observar bien el sombrero que se había puesto en su honor.

3.

La camita no medía más de un metro de largo, y sin embargo, ella sólo era un bultito en medio de tanta sábana y tanta manta. Su pijama se le ajustaba al pañal y respiraba como si los problemas nunca pudiesen existir. Marta miraba a la pequeña, ya había desistido de recolocarse bien el pelo que apenas recogía la goma de su coleta. Estaba agotada.

4.

El álbum de fotos estaba revuelto por el suelo. Todas las fotos tenían cientos de pegatinas pisándose las unas sobre otras. Fecha sobre fecha, tachón en marzo, interrogación en mayo. Nombres de personas, de lugares, de sitios en los que alguna vez ella estuvo. Esas palabras estaban puestas en todas las fotografías con una caligrafía temblorosa.

Tú estuviste aquí, en Mérida, en Dinamarca y en Argentina. Ahí le conociste, ese fue el mejor día de tu vida. Lo que más te gustaba era olerla su cabecita antes de acostarla. Acuérdate de vuestra primera casa junto al mar. Acuérdate de que te encantaba bailar. Tu canción favorita… Él te la solía tocar… Acuérdate.
Recuérdate.

5.

Bueno, no fue fácil ver esa fotografía.
Eso ya lo sabía.
Debería haber bloqueado a su familia de Facebook, en la opción de borrar del planeta, por favor. Pero ahí estaba, muy guapa… La verdad que preciosa.
¡Joder no! Céntrate. Porque lo importante no es lo guapa que estuviera Lucía en París. Lo importante de esa puta foto es lo guapa que estaba Lucía en París con otro.
Que ya estaba con otro pavo. ¿Pero quién era ese gilipollas? Aparte de más calvo, y más… Bueno, quizá tiene un poco más de músculos que yo. Quizá. Quizá es cierto que parece más alto. Pero seguramente es porque ella no lleva tacones. Conmigo siempre se ponía esos tacones. No porque le quedasen bien, era para dejar claro que era más alta.
¡Joder! Si sólo han pasado seis años… ¿Cómo puede estar ya con otro?

6.

En la cola del autobús hay veces que el tiempo se masca como mantequilla de cacahuete. Se hace eterno. Además el espacio se reduce, a más gente, más intensidad del tiempo de espera. En esos momentos en que solo quieres que el número 7 se dibuje a lo lejos, lo peor que te puede pasar es que un vecino aparecido decida entablar una insustancial conversación.
El tiempo…
Sí, es un tema igual de interesante que lo gris del cielo.


CÁRCEL

ESCRITURA AUTOMÁTICA

Clases del taller de escritura creativa con Tamara Berbés en La Íntegra teatro.

Ejercicio: Un input + 10 min

Nunca me había imaginado que los barrotes tuvieran ese tacto correoso al pasar los dedos. En las películas siempre quedan en segundo plano, como un cristal por el que ver al preso. Pero cuando los tienes delante te hacen sentir de una forma extraña. Primero pienso en lo mucho que puede bloquear el espacio. Ya que la masa que compone los barrotes es inferior a la del espacio que les separa. Y sin embargo son capaces de cortar alas. 

Entre kilómetros de espacios las alas pueden no batirse más. 

Así que, a raíz de los barrotes llego incluso a aborrecer el espacio. Odio no tener suficiente, que ellos sean los que decidan qué larga es mi libertad o que sean los mismos que la corten. ¿Cómo algo tan frío, estúpido, inerte, puede ser tan rotundo? 

—¿Me dejáis salir? —les pregunto.

—Jamás. 

Pero los recuerdos sí que pueden atravesar ese espacio eterno e insuficiente entre ellos.  

—¿Alguna vez me besaron?¿ Alguna vez besé? 

—Sí —de nuevo su respuesta tajante. 

Todo lo que tuve está difuminado. Está…estuvo… se fue. 

Y cuando los barrotes se enrollan en mi cuello intento aferrarme a ese recuerdo, el que va y viene con toda libertad por mi cabeza. De fuera hacia dentro. 

Paquita Salas, una voz femenina

Empecé a escribir este texto sólo porque no podía quedarme inmune al efecto que esta serie estaba haciendo en mí. Es como contemplar una puesta de sol y cerrar los ojos. Ver Paquita Salas y pretender no sentir nada es admitir que algo falla, que el arte no cala, que el agua fría del jarro no moja.

Siempre he tenido la teoría de que los directores son los que encumbran a los actores. Parece que con esta afirmación casi anulo la capacidad interpretativa del actor, permitidme ir más allá. Un buen actor puede resaltar dentro de una película mal dirigida, como una rosa en un vertedero. No sabes muy bien qué hace ahí, es la discordancia bella dentro del caos, pero no basta el perfume de una rosa para que el vertedero deje de oler a basura.

Los Javis sin embargo se comportan como concienzudos jardineros, sabiendo que cada flor tiene un momento de abrirse, colores diferentes, podados y regadíos distintos… Son conscientes de que no todos los actores son rosas, pero de que sí son flores. Cuando ves una obra como Paquita Salas no puedes más que quedarte abrumado ante las puertas de ese jardín inmenso. Su trabajo está lleno de talento, tanto en su excelente guion como el marcado ritmo (no es casualidad esa elección tan acertada de toda su banda sonora) que tiene cada secuencia. A golpe de batuta nos arrancan lágrimas o risas. Nos hace amar a quien debemos amar, asquearnos con quienes ellos quieren sin llegar a odiar a nadie en su mundo.

Porque así es. No hay villanos al uso, y sobre todo, no hay héroes. Si pensamos en el «malo más malo» de la serie quizá nos venga a la cabeza Mariola, la «responsable» de la caída de PS management  («mayagemen» como diría la encantadora protagonista), uno mujer impulsiva con carácter que abandona a Paquita cuando ya no la ve necesaria. Sin embargo, ella no es la que hace que todo se desmorone. Es un personaje que no te tiene que caer bien pero tampoco es la figura a la que debemos dirigir nuestras frustraciones y amarguras. Ese es precisamente el late motive de Paquita Salas. Nos equivocamos porque vivimos, porque interactuamos con otras personas que también viven y por tanto se equivocan. Los villanos existen, pero muchas veces no tienen que ver con los traspiés que te encuentras en tu día a día. Todos lidiamos con nuestras propias Mariolas, gente que traiciona nuestra confianza, otra gente que te da de lado. Y si nos centramos en todos aquellos que no te ayudan, dejarás de prestar atención a los que nunca te abandonaron.

Podríamos profundizar demasiado en las digresiones morales que guardan prácticamente todos los episodios de la serie, aunque personalmente a mí me han permeado dos de ellas.

La primera es completamente parcial aunque muy reflexiva. Ver Paquita Salas, como mencionaba al inicio de mi crítica, es una píldora de voluntad. Las ganas riegan mis venas. Me motiva a querer hacer algo, a compartir con los demás todo lo que llevo dentro, y a ser un poco mejor mañana. Los Javis consiguen que me enfrente a mis miedos, que me vea reflejada en casi absolutamente todos los personajes que construyen, como si de parcelas de mi vida se tratase. Aunque nunca haya pertenecido a ese mundo tan vacuo con ínfulas de éxito y almas arrastradas. Pero es que se parece demasiado a otros mundos que sí conozco. El glamour de la alfombra roja se traslada a las fotos pretenciosas que invaden mis redes sociales.  Poner el móvil en el Modo Felicidad, descargarnos los filtros sonrisa, escuchar música a medias en los conciertos que asistimos. Vidas en streaming. La nada nos persigue, ya nos lo vaticinó Michael Ende. Así que no sé cómo será el universo de la farándula, pero en el mío también corre el desencanto, las apariencias, la cojera mental y la envidia como sistema económico. Y es un personaje como Paquita el que me sigue recordando que las cosas hay que hacerlas con pasión, porque esas son las que más valen. No perder la fe en lo que te mueve por dentro, esa cosita tan potente que te hace levantarte, correr y recorrer cientos de kilómetros hasta llegar de nuevo a Navarrete.

La segunda cuestión que me emociona de esta serie tiene que ver con una índole social, por lo que la presumo más interesante. Javier Ambrossi y Javier Calvo dotan de un valor asombroso a lo que se considera lo femenino. Es totalmente paradójico que sea un hombre quien pueda representar de una manera tan brillante a una señora como Paquita Salas, pero sólo se puede llegar a algo así si somos conscientes del talento que tienen estos dos directores para manejar los géneros no hegemónicos.

Las comedias protagonizadas en su mayoría por mujeres no son un apuesta habitual dentro del mundo del cine. El humor (al igual que otras muchas otras cosas) es una parcela que sigue copada por hombres heterosexuales, y que de vez en cuando permite brochazos de diversidad, pero que por lo general sigue estancada como oligopolio. Muchas veces se debe al falso supuesto cultural de que los hombres (heterosexuales por supuesto) tienen más gracia que las mujeres. Los hombres homosexuales por el contrario han sido foco de mofa, pero más bien por el punto «mariquita» que siempre ha sido útil a la hora de construir baja comedia. El hombre afeminado es gracioso siempre que lo imite un hombre heterosexual, lo que invita a reírse CON él. El hombre homosexual si no conserva el rol masculino/hetero, invitará a reírse DE él.

El triunfo de Brays Efe (como no podía ser de otra forma), es que en ningún momento finge ser una mujer, se convierte en Paquita con su voz, su cuerpo… Él simplemente actúa, es la espléndida rosa que no nos hace dudar nunca de lo que estamos viendo.

Además, está rodeado de un elenco de actrices que no pueden si no enfatizar todo un trabajo detrás que es brillante. Con diálogos desternillantes, jugando a esa mezcla entre reality y reality (en el sentido más explícito de la realidad). Sólo nos demuestran con gran maestría que el humor no tiene género ni condición sexual y que es necesario que abran las puertas a escenarios muchos más amplios, donde quepan todas esas voces que nadie escucha y que por ende parece que no existen. La aparición de Sonia, una mujer transexual nacida hombre y con síndrome de Down, es bajo mi punto de vista fantástica. Sobre todo por la naturalidad con la que todo el mundo la acepta (exceptuando su padre que la sigue llamando Luís). A lo que Paquita sentencia bien fuerte, «Pepé, por mucho que la sigas llamando Luís, ella seguirá siendo Sonia».  Lo que a su vez se traduce como un grito directo a todos aquellos que se empeñan en negar la mayor, en no «aceptar» la diversidad ni al prójimo.

Nos deja de fondo un mensaje bien claro que no podemos ya dejar de escuchar.

«No tienes que aceptarnos estamos aquí y punto, la responsabilidad de que me aceptes o no ha dejado de ser mía, nunca debió serlo. Es hora de que se traslade el problema a los intolerantes a los que odian, a los que castran, censuran y anulan ya que son ellos los que necesitan cambiar, no los demás».

Y con esto sólo deseo que por favor, ese afán creador de estos dos jóvenes no termine. Que sigan diciendo lo que quieren decir de la forma que lo hacen, arriesgándose con nuevos formatos y sobre todo, entreteniendo como sólo ellos saben.

Gracias Javier Ambrossi y Javier Calvo por estas tres temporadas.

De Madrid Central al Cielo…

¡Cuéntanos de nuevo esa historia que une los peores recuerdos del pasado con las más descorazonadoras visiones del futuro! Esa que empezó el 15 de junio y pretende quedarse hasta hacernos retroceder todavía más. Decían que había nubes en el cielo que nadie deseaba tocar.
¿Qué formas tienen las nubes? Preguntaron mis pulmones intentando respirar.
Ay Madrid, Madrid, Madrid…
¿Qué sería de ti sin la orgullosa ignorancia esputando infectas mentiras?
Qué sería de ti sin el fascismo limpiándose los pies en tu felpudo, entrando otra vez en casa ajena, como lobos disfrazados de lobos, cambiando cerraduras y haciéndose copias de una misma llave a golpe de nepotismo.
«De Madrid al cielo»…
Le dijeron los ladrones a San Pedro antes de desvalijarle.

 

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