Introducción:

Begoña es una beata del amor sin embargo el chico de sus sueños todavía no se ha personalizado en su vida. Pero hoy es un día diferente, hoy sabe que ha dado con el adecuado. Le encontró en la web de citas Hamordemibida.com. Con un nombre tan cuidado, ¿qué podría salir mal?

Aquí os dejo esta sátira de las relaciones 2.0. con una ilustración de esta atípica protagonista. Muchas gracias por leer.

 

Begoña
Begoña quitándose el último pelo de su muslo.

 


 

Hamordemibida.com

 

— Esta noche conoceré al amor de mi vida.

Se dijo mientras se quitaba el último pelo rebelde de su muslo izquierdo. Lo sostuvo un momento con las pinzas satinadas en un estampado de leopardo rosa. Su raíz era blanca y carnosa, lo miró embelesada como quien observa un trabajo bien hecho. Después lo soltó y lentamente cayó al suelo del baño (que nada tenía que envidiar al de una peluquería canina). Begoña pasó la mano por sus piernas perfectamente depiladas. Estaba radiante, casi había terminado sus arreglos pre-cita.

Primero le gustaba llenar la bañera con agua tibia y perfumarla con esencias de vainilla, canela en rama y limón. Era un baño reparador, además con el agua restante podía preparar un riquísimo arroz con leche.

Luego llegaba el turno de hidratarse el pelo. Begoña no escatimaba en lociones y champús, además de serum, mascarilla de hebras de oro, cafeína, vitamina A, B, C, W, Ç, @, #quepelotandivino… Desde que seguía ese tratamiento su cabello se veía mucho más cuidado y fuerte. Las pequeñas calvas de su cogote se debían únicamente a la caída del pelo en otoño (Begoña, otra cosa no, pero siempre estaba informada de todos los artículos científicos de publicaban en su revista favorita; ‘Qué me dices. Lo que oyes’)

Tenía también infinidad de cremas corporales y  acostumbraba a juntarlas todas a la vez para obtener mejores resultados. Faraones fueron embalsamados con menos mejunjes. Pero a Begoña no le importaba dedicar cinco horas diarias a su aseo y cuidado personal. ¡Quién se atreviese a afirmar que un descanso adecuado acabaría con sus ojeras mejor que la loción de pepino que se untaba cada mañana, estaba muy equivocado!

Aunque era verdad que para esa noche se había esmerado más que otros días. De hecho se había pedido la tarde libre en la agencia para prepararse a fondo… ¡Porque hoy por fin conocería a Carlos_el_de_los_c_largos (Carlos en adelante)!

Recordaba cómo una semana atrás decidió abrirse una cuenta en la web de citas Hamordemibida.com. Así a simple vista le pareció un sitio fiable, por lo que se registró como cuenta Premium, en la que a cambio de un módico precio de 300 euros al mes, podría conocer a una cantidad ilimitada de hombres (exactamente 10 trimestralmente).

Carlos fue el primero que le envió un ‘Abracadabra’ (en la página; nombre con el que denominan a un mensaje instantáneo). Las palabras mágicas con las que penetró en su ajado corazoncito fueron las siguientes;

— ¿Tu mejor foto es la que has puesto en el perfil?

Enseguida supo que ese chico y ella tenían muchísimo en común. La imagen que había colgado en su perfil no era ni de lejos la mejor fotografía de Begoña. Únicamente se había hecho trescientas capturas más antes de dar con la elegida. ¡Ni comparación con las 2557 que previamente se realizó para su perfil de ‘Feisbuk’!

— ¡Por supuesto que no! —le contestó Begoña sin demorarse ni un segundo.

— ¡Ah! Menos mal.

‘Nota del autor: La conversación que ha leído con anterioridad es una transcripción de los mensajes de textos originales que intercambiaron los protagonistas y que para nada tienen en cuenta las reglas gramaticales. Éste fue el diálogo que mantuvieron;

— Tu megor photho s la q as puesto n l prphil?

— + supuexto q n!

— @! / bad!

Para evitar más derramamiento de sangre en las cuencas oculares de los lectores, la autora se ha tomado la licencia de traducir los diálogos de estos dos personajes como buenamente pueda.’

 

Después de eso no pararon de hablar ni un sólo segundo. Sus charlas eran apasionantes:

C.L: ¿Qué haces?

B: Estoy comiendo –Begoña envió imagen.

C.L: Qué buena pinta.

B: Sí, los sándwiches de ensaladilla rusa que venden en el chino de debajo de mi casa está tremendos.

(Dos horas después)

C.L: ¿Qué haces?

B: Hospital –Begoña envió imagen.

C.L: Esa bolsa de suero tiene muy buena pinta.

B: No te creas. He visto a la enfermera rellenar mi gotero con agua y un sobre de sal de la cafetería. Le he preguntado que a qué venía eso. Ella me ha contestado; ‘Los recortes’, y me he callado. ¿Qué iba a decir? Si he vivido por encima de mis posibilidades…

 

Begoña sentía que la conexión entre ambos era auténtica, ¡cómo tener las cinco rayas del wifi con una persona! Estaba ilusionada, no quería volver a caer en los mismos errores que acabaron con sus relaciones anteriores.

Fernando fue su primer y gran amor. Ese mes que estuvieron juntos fue uno de los más maravillosos de su vida. Ella tenía quince años, y el veinticuatro. La diferencia de edad no les supuso ningún problema, las treinta chicas que con las que él se acostó en ese tiempo, sí.

Intentaron llegar a un acuerdo. Begoña le pidió que redujese el número de féminas a la mitad, pero él indignado puso el grito en las nubes. Gesticuló dolido, ¡le estaba cuartando su libertad! ¡Cómo podía ser tan tirana! Ellos estaban viviendo una relación liberal basada en el amor el respeto, la confianza mutua y la igualdad. Pero, ¿qué hacía? ¡Estaba mirando a otro tío! ¡Le había mirado el culo delante de su p… cara! ¡Cómo podía ser tan (conjunto de insultos que hacen relación a que una mujer cobre a cambio de ofrecer placer sexual a hombres)! Que la diesen por detrás, él no podía seguir con una niñata que fantaseaba con otros hombres a sus espaldas. Cuando Fernando salió de allí como una fiera, Begoña se preguntó a qué hombres se referiría… en su casa sólo estaban ellos dos.

Y así es como Begoña perdió a su primer novio.

Eran las nueve y cuarto. En menos de una hora se encontraría con el chico de sus sueños.

Los nervios apenas le dejaban concentrarse en lo que estaba haciendo. Se había comprado un modelito para la ocasión, muy ‘Vintage’ como se llevaba hoy en día. Le picaba a rabiar… quizá por el abuso de jabón de lagarto a lo largo de tres generaciones, o porque las chinches hubiesen hecho del cuello del vestido un confortable hogar. ¡Pero no había nada más ‘in’, que lo que estaba ‘off’! Así que Begoña aguantó estoicamente las abrasiones cutáneas y se calzó unas botas de tacón color escarlata. Las había comprado por internet hacia dos años, ¡y hoy por fin le habían llegado! Parecía que el destino se estaba confabulando para que todo saliese mejor que en sus fantasías.

C.L había elegido un restaurante muy ‘cool’ para ir a cenar, así que Begoña por si acaso se cogió una rebequita. Además, el local era muy moderno. Allí acudía gente influyente, artistas, actores… C.L conocía a muchos de ellos, de hecho se había tomado infinidad de fotografías junto a esas celebridades. Curiosamente le invitaban a mogollón de eventos; los premios, Goya, los Nobel, ¡los Óscar! Begoña nunca habría creído posible que C.L presentase la pasada gala de los premios Princesa de Asturias. ¡Pero ahí estaba en su imagen de portada de Feisbuk, dándole la mano a Leonardo Padura! Lo que más llamaba su atención es que en todas las fotos consiguiese mantener la misma pose y la misma sonrisa… ¿Cómo lo haría?

Miró el reloj; las nueve y veinte. Tenía que salir de casa o no cogería el tren.

Tren… No guardaba muy buen recuerdo de los trenes desde que Juanma la dejó entre Pinto y Valdemoro. En Pinto la comía la boca y los ojos, repitiéndola constantemente su amor incondicional. Y en Valdemoro todo acabó. Ni siquiera llegaron a la parada, Juanma hizo saltar la alarma y el vehículo se detuvo en medio de la vía. Consiguió abrir las puertas activando los botones de emergencia, aún así, también destrozó las ventanas del vagón con un martillito rojo que colgaba en la pared.

Recordaba que Juanma siempre había sido un tanto dicotómico. Por ejemplo; tenía la afición de construir y destruir maquetas en miniatura. Para él no existía cosa que hiciese más poderoso a un hombre. Cuanto más pequeño fuese el modelo, más tiempo llevaba su edificación… sin embargo, nada era comparable al placer que provocaba aplastar la Abadía de Westminster con un solo meñique.

Quizá por ello empleó tanto tiempo en tallar la personalidad de Begoña. Cada día se esforzaba más en reducir su autoestima, así el momento de su destrucción fue un completo éxtasis. Y es que durante esa última y destructiva discusión, Begoña creyó verle sonreír.

Y así es como Begoña se quedó de nuevo descompuesta y sin novio.

El trayecto en tren no tuvo ningún sobresalto, sólo las escenas cotidianas del día a día. Se inició una discusión porque una señora no quería compartir la barra central del vagón. La gente la reprendía mientras ella alegaba que esa barra era tan suya como de los demás, así que continuó con su baile erótico con estriptis incluido. Un hombre sentado al fondo vio el panorama y aprovechó para masturbarse con sentido, no por simple apatía como llevaba haciendo las dos últimas paradas.

Una mujer con tacones que ocupaba un asiento para minusválidos se maquillaba de forma entusiasta utilizando su móvil como espejo. Al ver que un hombre con muletas se acercaba reclamando lo que por derecho le pertenecía, ella haciendo un amago de levantamiento, se tiró directa contra el suelo. Su cadera se fracturó en el acto.

— Este es mi sitio —puntualizó mientras entre muecas de dolor volvía a untarse sombra de ojos en su asiento.

Hubo también un señor que denunció el robo de su teléfono móvil en la comisaria de la estación de Sol (¡Madre mía, qué fallo! Casi lo digo mal, perdónenme: Potaphone Sol).

— ¿Y ese móvil que lleva usted en la mano? —le preguntó el policía.

— No es mío, se lo he quitado a una mujer que iba hablando en el andén. ¡Pero usted no me está escuchando! Que aquí el problema es que yo llevaba mi teléfono en el bolsillo y me lo han robado. ¡A ver si se centra por el amor de Dios!

Lo dicho, Begoña encontró el recorrido de lo más normal. Casi aburrido. Desde que existía el 4G no hacía falta ni que levantase la vista de la pantalla de su Smartphone para prestarle atención a los que pequeños detalles que el trasporte público ofrecía.

Estaba en el punto y hora exactos a los que habían quedado. Como no tenía nada qué hacer porque su tarifa no le permitía tanto consumo de datos por minuto, decidió ver más de cerca el restaurante dónde iban a disfrutar de su primera cena juntos. El vuelco de su corazón hizo saltar uno de los botones de su rebeca. Eso era sin duda amor, lo presentía.

El local se llamaba el Bulli ‘cio y desde luego parecía un sitio distinguido. Las paredes de la entrada eran lisas y de brillantes colores. Había un menú con caracteres futuristas instalado al lado de la puerta y resguardado contra manos largas tras un cristal grueso. Begoña pudo leer los platos principales, suponía que estaban escritos en francés… ¿ruso? No sabía si lo que veía era cirílico o simplemente una tipografía mal planteada. El caso es que siendo sincera, no entendió nada de lo que allí ponía.

Seguro que C.L le explicaba con paciencia y soltura todas las recetas de esa carta tan ampulosa.

Desde luego en el tiempo con Ramón sí que le resultó difícil salir a comer fuera de casa. No sabía cómo se las apañaba, pero siempre encontraba algo que le rechinaba, no le acababa de gustar, una mierda Begoña, una auténtica mierda, “te luces siempre que eliges, ¡eh, maja!”.

Ramón era un joven formidable, estudiante de tres carreras simultáneamente y cateador de las mismas a la par. Pormenor banal, carente de relevancia. Lo esencial en Ramón era todos los conocimientos que había recolectado a través de las troncales de literatura y lenguas muertas, sumadas a las optativas de biología e ingeniería naval, sin contar con el extraordinario don que tenía para las matemáticas. El chico era un auténtico portento que había rotado en todas las agencias de… empresas, multinacionales del sector… bueno en cargos muy importantes en todo el país. Puestos obtenidos gracias a sus propios méritos, alejados absolutamente de la red de influencias tejida por su padre, el señor… (¡Ay cómo se llamaba! Uno que hace poco salió por la tele. Sí hombre, que le habían pillado con no se qué dinero en B. Algo de unos sobres y pagos en diferido. ¡Qué rabia! Me acordaré cuando menos me lo proponga. Su nombre de pila era PePe… lo demás).

En resumen; Ramón siempre llevaba razón. Cuando se apuntó al gimnasio se hizo amante de las proteínas, así que su dieta cambió diametralmente. Sólo podían ir a mesones aragoneses, o en su defecto, hornos de leña abulenses y segovianos. Todo lo demás era tirar el dinero.

Pero luego llegó aquel documental sobre la matanza del armadillo en la pampa Sudamericana, y comer cadáveres de animales se volvió un sacrilegio que le hacía echar los higadillos con sólo pensarlo. Acusó a Begoña de asesina y llevó adelante una denuncia contra ella cuando la pescó salando el cordero por Navidad. La última vez que supo de él fue en los juzgados de Plaza Castilla. Su padre también estaba allí, por lo tanto la multa de Begoña ascendió a hipotecar por segunda vez su apartamento en alquiler…

En el fondo se alegró de que lo de Ramón acabase, en todos esos años siempre había invitado ella a cenar.

 

Volvió a mirar el reloj, pasaban diez minutos de la hora fijada. Begoña no tendía a alarmarse por este tipo de retrasos. Los nervios eran un estímulo a su sudoración, ya de por sí, muy elevada, por ello esa noche debía trascurrir sin sobresaltos.

El que nunca llegó a una cita a tiempo fue Félix. Recordaba como…

-¡Bueno ya está bien! Ha quedado patente que ésta tía es una auténtica desgraciada en asuntos de alcoba, no puedes seguir enumerando amantes porque no existe escrito ni lector que lo tolere. Esto es un relato corto no una novela de Kent Follen, ve al grano ¡joder!-

Esto… cómo iba diciendo antes de mi autointerrupción; Begoña no era de naturaleza impaciente, sin embargo su mirada saltaba de un viandante a otro intentando dar con el rostro de su amor pictórico. Gotas de sudor se revelaban contra la capa alcohólica de su desodorante. No podía haberla dejado plantada, eso no era propio de él, suponía. Debía estar al caer… Revisó la pantalla de su móvil buscando llamadas perdidas, mensajes no leídos, explicaciones digitales que no parecían llegar nunca.

Su respiración se agitó, sentía que la histeria tomaba los mandos… Éste iba a ser el bueno, el que la iba a querer de verdad. Todas las señales la llevaban por el camino correcto, pero se había vuelto a equivocar, ¿por qué entonces no aparecía? ¿POR QUÉ NADIE LA AMABA?

— ¿Begoña?

Se giró, y ahí estaba él. Nunca se lo hubiese imaginado tan ¿apuesto?, ¿tan alto?, tan… obeso.

— ¿Carlos?

No parecía el mismo hombre de sus fotografías, más bien parecía haberse comido al hombre de las fotografías.

— Ese soy yo. La verdad es que no te había reconocido, un poco más de maquillaje no te hubiese venido mal.

Begoña dudó. No quiso juzgarle demasiado rápido así que exilió de su mente aquel comentario inicial, junto a la repulsa hacia su aspecto físico y su forma de escupir al hablar, y se acercó a darle dos besos con una sonrisa bien grande.

— ¿Puedes no hacer eso? —indicó C.L apartándose de forma fugaz —No me gusta ese color para tus labios, mucho menos para mis carrillos. Vamos a ir entrando que tengo hambre. La dieta me está matando.

Sintió la sonrisa tirante de indignación y el orgullo rogaba por salir a flote, aún así se enderezó y siguió tras él como la estela a los barcos. Ya en la entrada del local Begoña sostuvo la puerta a su acompañante mientras éste le recompensó con otra agudeza mal entonada.

— ¿Sabes? Siempre he creído que la caballerosidad es machismo encubierto. La igualdad de género se logrará cuando todos podamos girar un pomo sin pensar en lo que tenemos o no en la entrepierna, ¿te parece?

— Supongo —contestó Begoña sin mucho convencimiento.

Después de hablar unas palabras con el maître, comprobar diez veces la lista de reservas e iniciar procesos de sobornos austeros, C.L anunció que (por voluntad propia) había cedido su mesa a una figura notoria del mundo de las telecomunicaciones.

— No vamos a poder cenar aquí pero tu cuerpo me dice que te gustan las grasas saturadas. ¿Te hace una hamburguesería?

— Vale —la mente de Begoña rechinaba.

— Ya me imaginaba que no solías decir que no a muchas hamburguesas — C.L lanzó una significativa mirada al vientre de Begoña.

Las compuertas se abrieron y las gotas colmaron océanos. Begoña no solía hacer juicios de valor prematuros, sin embargo, se atrevía a afirmar sin riesgo a equivocarse que  C.L era un auténtico capullo.

C.L eligió una cadena de restauración low cost (o conocidas también por; “si no quieres saber, no preguntes”) como perfecto sustituto del Bulli’cio. Begoña solía aceptar los cambios sin acritud, pero en ese momento la sangre estaba en punto de ebullición y su único sentimiento era el malestar. Durante el trayecto C.L había criticado todo lo que Begoña vestía, llevaba, e incluso lo que pensaba comprarse, sin que ella abriese si quiera la boca. Hecho que también destacó como irritante.

Una vez sentada en la mesa menos pringosa de la sala, C.L se dirigió al mostrador a recoger su pedido. Begoña sopesó la situación, debía huir, desaparecer sin dejar rastro (bueno, aunque lo dejase no creía que los pies de esa mole lograsen seguirla durante mucho tiempo). No podría aguantar ni un segundo más a un tipo como ese, sin guillotinarse la lengua.

“Venga Begoña, tú nunca has sido así. Siempre te has caracterizado por conceder más de una oportunidad a las personas para que puedan mostrarse tal y como son realmente. Quizá esté nervioso, quizá seas su primera cita… ¡Dale un respiro!” —pensó Begoña volviendo a dejar el abrigo en el respaldo de su silla.

Respiraba hondo decidida a pasar una noche con entereza y buen humor cuando C.L tiró la bandeja de plástico sobre la mesa a juego.

— ¡Ya está la cena!

Begoña agarró una de las dos hamburguesas de envoltorio grasiento y un manotazo le hizo soltarla involuntariamente.

— ¿Qué haces? —preguntó extrañado C.L apilando las hamburguesas en sus trincheras—. Para ti he pedido el menú “Si estás a dieta por qué narices vienes a un sitio como éste”. Es la ensalada de ese tupper.

Con una mirada que a punto estuvo de escarchar la lechuga, Begoña tragó ponzoña.

— ¿Ves cómo me preocupo por mi chica? —confirmó C.L con una sonrisa salpicada de salsa de tomate —. Algún día lograré que seas una de esas chicas guapas de las revistas. Tú tranquila, si sigues por este camino llegará el momento en el que no me avergüence de ti.

— ¿Me disculpas un momento? —la voz de Begoña era irreconocible—. Necesito ir al baño.

— ¡Qué pronto empiezas a tener problemas con los esfínteres! ¡Venga ve!

Lentamente y zafando el bolso con ambas manos, caminó hacia los servicios. Una cola de mujeres se extendía desde  la puerta hasta el retrete más próximo. Begoña se hizo hueco entre las miradas reptiles que hubiesen degollado gaznates antes de dejar que alguien se situase por delante de ellas. Pero Begoña sólo necesitaba un poco de agua.

Al cabo de cinco minutos C.L (que ya se había zampado todo lo que habitaba en la bandeja, inclusive la ensalada de su acompañante) la vio acercarse. Su cara desnuda le devolvía una lúcida mirada y una resplandeciente sonrisa.

­— ¿Pero qué…? ¡Oye, cuanto te dije que tu problema era el maquillaje hablaba por escasez no por exceso! ¿Para eso te has ido al baño, para quitarte lo poco que…?

Una hamburguesa, que Begoña tomó prestada de otra mesa, aterrizó en la boca de C.L enmudeciéndolo al instante.

— Carlos, sólo quería despedirme y darte las gracias —la joven habló con tranquila jovialidad—. No por esta mierda de cita a la que te has presentado casi una hora tarde. El andar cargado de grasa y resentimiento no aligeran el paso. Tampoco te doy las gracias por tu trato, ni por crear un perfil falso. Supongo que por temas de dimensión, píxel/pulgada, no te dejaron cargar tu foto real en la web. Que sepas, que no te puedo guardar ningún rencor, porque a pesar de todas las sandeces con las que te has lucido, te estoy completamente agradecida. Te doy las gracias por haberme hecho sentir que merezco a alguien mil veces mejor que tú. Nadie antes había conseguido algo así. Nadie antes había conseguido que me valorase tanto. Así que gracias, ¡muchísimas gracias! Porque esta noche, por fin he conocido al gran amor de mi vida: la mujer que me devuelve la sonrisa a través del espejo. He encontrado el amor que siempre me será correspondido.

Begoña no necesitó aplausos ni vítores de la multitud, de hecho en su salida triunfante se tropezó un par de veces por culpa de los refrescos derramados, sin embargo, jamás se había querido tanto.

 


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