Empecé a escribir este texto sólo porque no podía quedarme inmune al efecto que esta serie estaba haciendo en mí. Es como contemplar una puesta de sol y cerrar los ojos. Ver Paquita Salas y pretender no sentir nada es admitir que algo falla, que el arte no cala, que el agua fría del jarro no moja.

Siempre he tenido la teoría de que los directores son los que encumbran a los actores. Parece que con esta afirmación casi anulo la capacidad interpretativa del actor, permitidme ir más allá. Un buen actor puede resaltar dentro de una película mal dirigida, como una rosa en un vertedero. No sabes muy bien qué hace ahí, es la discordancia bella dentro del caos, pero no basta el perfume de una rosa para que el vertedero deje de oler a basura.

Los Javis sin embargo se comportan como concienzudos jardineros, sabiendo que cada flor tiene un momento de abrirse, colores diferentes, podados y regadíos distintos… Son conscientes de que no todos los actores son rosas, pero de que sí son flores. Cuando ves una obra como Paquita Salas no puedes más que quedarte abrumado ante las puertas de ese jardín inmenso. Su trabajo está lleno de talento, tanto en su excelente guion como el marcado ritmo (no es casualidad esa elección tan acertada de toda su banda sonora) que tiene cada secuencia. A golpe de batuta nos arrancan lágrimas o risas. Nos hace amar a quien debemos amar, asquearnos con quienes ellos quieren sin llegar a odiar a nadie en su mundo.

Porque así es. No hay villanos al uso, y sobre todo, no hay héroes. Si pensamos en el «malo más malo» de la serie quizá nos venga a la cabeza Mariola, la «responsable» de la caída de PS management  («mayagemen» como diría la encantadora protagonista), uno mujer impulsiva con carácter que abandona a Paquita cuando ya no la ve necesaria. Sin embargo, ella no es la que hace que todo se desmorone. Es un personaje que no te tiene que caer bien pero tampoco es la figura a la que debemos dirigir nuestras frustraciones y amarguras. Ese es precisamente el late motive de Paquita Salas. Nos equivocamos porque vivimos, porque interactuamos con otras personas que también viven y por tanto se equivocan. Los villanos existen, pero muchas veces no tienen que ver con los traspiés que te encuentras en tu día a día. Todos lidiamos con nuestras propias Mariolas, gente que traiciona nuestra confianza, otra gente que te da de lado. Y si nos centramos en todos aquellos que no te ayudan, dejarás de prestar atención a los que nunca te abandonaron.

Podríamos profundizar demasiado en las digresiones morales que guardan prácticamente todos los episodios de la serie, aunque personalmente a mí me han permeado dos de ellas.

La primera es completamente parcial aunque muy reflexiva. Ver Paquita Salas, como mencionaba al inicio de mi crítica, es una píldora de voluntad. Las ganas riegan mis venas. Me motiva a querer hacer algo, a compartir con los demás todo lo que llevo dentro, y a ser un poco mejor mañana. Los Javis consiguen que me enfrente a mis miedos, que me vea reflejada en casi absolutamente todos los personajes que construyen, como si de parcelas de mi vida se tratase. Aunque nunca haya pertenecido a ese mundo tan vacuo con ínfulas de éxito y almas arrastradas. Pero es que se parece demasiado a otros mundos que sí conozco. El glamour de la alfombra roja se traslada a las fotos pretenciosas que invaden mis redes sociales.  Poner el móvil en el Modo Felicidad, descargarnos los filtros sonrisa, escuchar música a medias en los conciertos que asistimos. Vidas en streaming. La nada nos persigue, ya nos lo vaticinó Michael Ende. Así que no sé cómo será el universo de la farándula, pero en el mío también corre el desencanto, las apariencias, la cojera mental y la envidia como sistema económico. Y es un personaje como Paquita el que me sigue recordando que las cosas hay que hacerlas con pasión, porque esas son las que más valen. No perder la fe en lo que te mueve por dentro, esa cosita tan potente que te hace levantarte, correr y recorrer cientos de kilómetros hasta llegar de nuevo a Navarrete.

La segunda cuestión que me emociona de esta serie tiene que ver con una índole social, por lo que la presumo más interesante. Javier Ambrossi y Javier Calvo dotan de un valor asombroso a lo que se considera lo femenino. Es totalmente paradójico que sea un hombre quien pueda representar de una manera tan brillante a una señora como Paquita Salas, pero sólo se puede llegar a algo así si somos conscientes del talento que tienen estos dos directores para manejar los géneros no hegemónicos.

Las comedias protagonizadas en su mayoría por mujeres no son un apuesta habitual dentro del mundo del cine. El humor (al igual que otras muchas otras cosas) es una parcela que sigue copada por hombres heterosexuales, y que de vez en cuando permite brochazos de diversidad, pero que por lo general sigue estancada como oligopolio. Muchas veces se debe al falso supuesto cultural de que los hombres (heterosexuales por supuesto) tienen más gracia que las mujeres. Los hombres homosexuales por el contrario han sido foco de mofa, pero más bien por el punto «mariquita» que siempre ha sido útil a la hora de construir baja comedia. El hombre afeminado es gracioso siempre que lo imite un hombre heterosexual, lo que invita a reírse CON él. El hombre homosexual si no conserva el rol masculino/hetero, invitará a reírse DE él.

El triunfo de Brays Efe (como no podía ser de otra forma), es que en ningún momento finge ser una mujer, se convierte en Paquita con su voz, su cuerpo… Él simplemente actúa, es la espléndida rosa que no nos hace dudar nunca de lo que estamos viendo.

Además, está rodeado de un elenco de actrices que no pueden si no enfatizar todo un trabajo detrás que es brillante. Con diálogos desternillantes, jugando a esa mezcla entre reality y reality (en el sentido más explícito de la realidad). Sólo nos demuestran con gran maestría que el humor no tiene género ni condición sexual y que es necesario que abran las puertas a escenarios muchos más amplios, donde quepan todas esas voces que nadie escucha y que por ende parece que no existen. La aparición de Sonia, una mujer transexual nacida hombre y con síndrome de Down, es bajo mi punto de vista fantástica. Sobre todo por la naturalidad con la que todo el mundo la acepta (exceptuando su padre que la sigue llamando Luís). A lo que Paquita sentencia bien fuerte, «Pepé, por mucho que la sigas llamando Luís, ella seguirá siendo Sonia».  Lo que a su vez se traduce como un grito directo a todos aquellos que se empeñan en negar la mayor, en no «aceptar» la diversidad ni al prójimo.

Nos deja de fondo un mensaje bien claro que no podemos ya dejar de escuchar.

«No tienes que aceptarnos estamos aquí y punto, la responsabilidad de que me aceptes o no ha dejado de ser mía, nunca debió serlo. Es hora de que se traslade el problema a los intolerantes a los que odian, a los que castran, censuran y anulan ya que son ellos los que necesitan cambiar, no los demás».

Y con esto sólo deseo que por favor, ese afán creador de estos dos jóvenes no termine. Que sigan diciendo lo que quieren decir de la forma que lo hacen, arriesgándose con nuevos formatos y sobre todo, entreteniendo como sólo ellos saben.

Gracias Javier Ambrossi y Javier Calvo por estas tres temporadas.