El aliado

Opinión sobre el libro «El aliado» de Iván Repila.

Victoria Izquierdo

Me entró curiosidad por saber más sobre este libro tras ver la entrevista que les hicieron a Cristina Morales e Iván Repila en el Festival Ja! de Bilbao. En otra entrada hablaré del libro de Cristina (Lectura Fácil), que me removió desde las uñas de los pies hasta los pelos de las cejas, con la misma pasión que el baile atiza a una de sus protagonistas. La cuestión (que me disperso sin control) es que yo buscaba más información de esa autora, que se había convertido sin duda alguna en una de mis escritoras favoritas, y me topé con un coloquio en el que Repila también presentaba su libro, y en el que intentaban encontrar los puntos comunes o más bien, ilustrar la profundidad de ambas obras. 

Ciertamente, el preámbulo de un libro escrito por un hombre tratando temas feministas me hacía saltar una pequeña luz de alarma que tengo justo en el medio de la frente como un bindi hindú. Aún así, quería juzgar por mi propia experiencia y no dejar que el prejuicio me nublase el poco juicio que de vez en cuando entreno. 

Así que me metí directa en faena y en pocos días el libro se consumió ante mis ojos. Es una lectura rápida, con un lenguaje fácil y coloquial, muy entretenido y en ocasiones su ironía roza tal humor absurdo que te saca irremediablemente una sonrisa (el estado Fálico, las pintadas de vaginas…). Sin embargo, no pude quitarme la sensación constante de que ese libro no había sido escrito para mí, que yo no era su público, y que al final, me sentía identificada con esos personajes femeninos que describe, quienes miran al protagonista con condescendencia desde una perspectiva de género inalcanzable para aquel que todavía mantiene un privilegio que por oposición a nosotras se nos niega. 

Creo, al igual que el autor también apuntó, que es un libro destinado a esos hombres “aliados”, que con un coherente pensamiento moderno consideran a las mujeres sus iguales, pero que en general no hacen nada para cambiar la situación de vulnerabilidad de la mujer en la sociedad. Aquellos que se quedan pasivos ante las agresiones machistas que forman la parte invisible del Iceberg y que nos condena a un machismo estructural anquilosado en todas las capas del sistema. Por lo que leí y escuché en las entrevistas a Repila, tras publicar el libro ha debido perder alguna que otra amistad masculina, y ha recibido muchas críticas por parte de hombres que se han sentido directamente atacados por sus palabras. 

En mi opinión, siento que este tipo de reflexiones son necesarias. Día a día tenemos que ser consecuentes de nuestra posición dentro del mundo en el que vivimos. De nuestros derechos y en consecuencia, también de nuestros deberes, esos que surgen de los mismos privilegios de los que gozamos. 

Es por eso, que aunque yo no sea la audiencia propicia para este libro, no voy a dejar de recomendarlo a aquellos que quieran deconstruirse un poco, y graduar su mirada para que sus ojos se adapten a esa gafas moradas, que una vez te las pones nunca más las podrás bajar del puente de la nariz. 

La hija del Caníbal

Opinión sobre el libro «La hija del Caníbal» de Rosa Montero.

Victoria Izquierdo

Un libro que llegó a mí por casualidad.

Una amiga mía estaba haciendo liquidación de libros «viejos», (no quiero considerar que los noventa huelen a vintage porque es domingo, y estoy feliz) y el color amarillo pollo de su portada me llamó la atención entre los anaqueles. El nombre de Rosa Montero fue el siguiente imán que atrapó a mis ojos, ya que me había enamorado doblemente (releer para re-sentir) de su Historia del Rey Transparente.

El título: La hija del Caníbal.

Me dio cierto reparo en pensar en una historia truculenta, pero la sinopsis me alivió las inquietudes. El planteamiento era tan absurdo como interesante así que solo podía repararme un buen rato entre sus páginas.

Pero había más, mucho más. Es un libro tan bien escrito que las pestañas tiemblan de emoción al bailar al son de sus letras. Es atemporal, con la capacidad de arrancarte carcajadas y llantos prácticamente de un párrafo a otro. Podría embelesarme en elogios para con Rosa Montero, pero mi vocabulario es mucho más limitado que el suyo, y no creo que estuviese a la altura nunca de lo que su literatura se merece.

Más allá de su talento, quiero dejar por escrito el mensaje que a mí me ha llegado a través de este libro. Para mí ha sido tan impresionante y fuerte como una buena bofetada y es lo que me ha empujado a escribir estos cortos artículos de opinión. Y siempre es mejor que cuando se tiene un impulso de este estilo, no refrenarlo, que luego salen hernias en los remordimientos.

Decía antes que La hija del Caníbal es atemporal porque precisamente trata del tiempo y cómo lo percibimos. El trasunto teatral de la vida, donde sus etapas se van diluyendo a la par que se van cumpliendo años. La autora ha tenido la gran habilidad de juntar todas las edades dentro del relato, conviviendo armónicamente en una triada tan peculiar como indivisible. Desde el joven y atolondrado Adrián con todas las puertas abiertas a la oportunidad que la década de los veinte le deparan. O nuestra protagonista, Lucía, cuarenta años, entrando directamente en el estado de transparencia, donde la sociedad la empieza a ignorar como si de un hechizo se tratara. Los cuarenta son la nueva Historia de la Reina Transparente. Y por último el viejo Felix, Fortuna, ese tipo de hombres que han conseguido que los años den tanto de sí que parece que se han llevado un dos por uno en vida. Sin duda el personaje que más me ha enamorado. Quizá por lo cerca que he tenido siempre la presencia sabia y constante de mi abuelo. Será por eso que el Félix que me imagino, mi Félix, tiene un bigote que los años han teñido de blanco, y una voz castiza y ronca llena de seguridad y fuerza.

Hay veces que los libros adecuados llegan en los momentos más necesarios. Porque La hija del Caníbal te regala unas gafas nuevas que te ayudan a ver la belleza donde nunca antes habías reparado. Somos perversión, cobardía, arrogancia, somos maldad. Pero con igual ímpetu somos bellos. La dignidad nos sirve para ayudarnos a saber lo que medimos como humanos, y nos enseña que incluso en las peores circunstancias, siempre habrá alguno de nosotros que contra todo pronóstico y sumo riesgo, pondrá por delante la bondad frente a todo.

Querría terminar este humilde texto con una de las frases de Félix en defensa a la edad. Se la dedico a todos esos que miran por encima del hombro a la senectud desde su temporal pedestal de juventud.

«Hay tanta ignorancia en la inocencia que a menudo me parece un estado indeseable«.

En definitiva, no cometamos el error de olvidarnos de nuestros mayores, porque mañana nos estaremos olvidando de nosotros mismos.

Adiós, Quino, adiós

Uno de mis sueños era conocerle en persona. Sabía que el tiempo corría en mi contra, y nunca supe realmente ni cómo ni cuándo poner en práctica ese plan, pero era una pequeña esperanza que anidaba en mi corazón desde el primer momento que conocí a Mafalda.

Era muy pequeña para entender todo el sarcasmo que había detrás de sus palabras y sin embargo cada viñeta me apasionaba. Quedaba atrapada en su humor, en las expresiones de cada personaje. Y yo lo copiaba porque lo único que anhelaba era alcanzar esa sutileza en el trazo que daba tanta vida a todo lo que tocaba.

Pero hubo un momento en que ya entendí completamente lo que esa niña de pelo negro y revuelto nos decía. Esa crítica constante, esa manera que tenía Quino de ver el mundo, una mirada atemporal sempiterna, como un vestido a medida capaz de casar con cualquier estación del año. Su mensaje era contundente, removía tantas conciencias como carcajadas en nuestras bocas.

Se ha ido alguien único. Una persona a la que yo solo puedo estarle agradecida por haber sido cómplice de mis viñetas. Por estar presente en cada esbozo haciendo de mis dibujos una expresión más de mi persona. Para mí él siempre será un referente no solo artístico, sino humano.

Gracias Quino.

Mafalda y Quino

Momento película

¡Qué momento tan de película se me acaba de pasar por la cabeza! ¿Sabéis a cuál me refiero? Cuando la protagonista tiene esa idea brillante que hará que todo sus destino se tambaleé. Ese instante en que de verdad cree en sí misma y todo lo que haga de ahí en adelante la situará un poco más cerca de sus sueños… Cientos, miles de cosas buenas se alzan tras una mirada de ceño fruncido y media sonrisa.

El mismo gesto que estoy poniendo ahora mismo.

Y la música por supuesto, alimentando el ambiente llegando al clímax (suele ser música pop, tampoco se pillan mucho los dedos. Y si está de moda ese año, mejor).

La protagonista ha tomado una decisión con suma autodeterminación. Luego llegará lo bueno, tan solo en un ratito, no queda nada. ¡Madre mía todo lo que le espera! el éxito, champagne, felicidad a borbotones. Toda una vida que en pantalla se traduce en unos cuantos segundos de escenas inconexas en que ella entrena/pinta/baila/canta/deletrea (porque en EEUU hay ese tipo de concursos)/planta patatas o enamora a ese amor platónico que esconde desde sus años de instituto.

Y así es… 30 segundos de esfuerzo, por una recompensa única, inigualable. Hasta que saquen la secuela, donde la protagonista tendrá que vérselas de nuevo en una encrucijada, tanta felicidad no le hace feliz. ¡Qué desgracia! ¿Cómo salir de esa espiral de felicidad dañina? Bueno, pero ya nos preocuparemos de un argumento tan manido después de terminar la primera parte. Por ahora, nos quedamos con que la inspiración ha llegado, ¿y ahora qué?

¿Qué suena? ¿Es… es mi puerta? ¡Han llamado a la puerta! ¡Por fin! Algo se avecina, lo noto lo presiento. Todo está a punto de cambiar, un giro de 360o (sí, nos deja en el mismo sitio, pero y la vuelta que te llevas ¿qué?). ¡Esperad un segundo ahora vuelvo!

(Vuelve a sonar el timbre, escuchamos una puerta que se abre y una voces inaudibles intercambian unas palabras).

Ya estoy… Nada, era el de Amazón. Venía con una caja gigante sudando la gota gorda. Le pregunté si me traía mis éxitos y me ha dicho que no, que traía unas pesas fitness plus de 8 kilos cada una, que si era aquí. Yo le he contestado que si me ve cara de ser fitness plus. No ha hecho falta respuesta, me ha mirado y ha tirado pa’l tercero mientras se cagaba en todos los dioses hindúes (que son más que los santos cristianos, sólo por eso).

No entiendo nada, yo lo he hecho todo bien, he mirado fijamente al ordenador, he tecleado fuerte fuerte hasta que la ache me a dejado de funcionar… ¿Qué a podido salir mal? ¿Dónde está mi novela publicada? Ollywood me a estafado (de nuevo).

Paquita Salas, una voz femenina

Empecé a escribir este texto sólo porque no podía quedarme inmune al efecto que esta serie estaba haciendo en mí. Es como contemplar una puesta de sol y cerrar los ojos. Ver Paquita Salas y pretender no sentir nada es admitir que algo falla, que el arte no cala, que el agua fría del jarro no moja.

Siempre he tenido la teoría de que los directores son los que encumbran a los actores. Parece que con esta afirmación casi anulo la capacidad interpretativa del actor, permitidme ir más allá. Un buen actor puede resaltar dentro de una película mal dirigida, como una rosa en un vertedero. No sabes muy bien qué hace ahí, es la discordancia bella dentro del caos, pero no basta el perfume de una rosa para que el vertedero deje de oler a basura.

Los Javis sin embargo se comportan como concienzudos jardineros, sabiendo que cada flor tiene un momento de abrirse, colores diferentes, podados y regadíos distintos… Son conscientes de que no todos los actores son rosas, pero de que sí son flores. Cuando ves una obra como Paquita Salas no puedes más que quedarte abrumado ante las puertas de ese jardín inmenso. Su trabajo está lleno de talento, tanto en su excelente guion como el marcado ritmo (no es casualidad esa elección tan acertada de toda su banda sonora) que tiene cada secuencia. A golpe de batuta nos arrancan lágrimas o risas. Nos hace amar a quien debemos amar, asquearnos con quienes ellos quieren sin llegar a odiar a nadie en su mundo.

Porque así es. No hay villanos al uso, y sobre todo, no hay héroes. Si pensamos en el «malo más malo» de la serie quizá nos venga a la cabeza Mariola, la «responsable» de la caída de PS management  («mayagemen» como diría la encantadora protagonista), uno mujer impulsiva con carácter que abandona a Paquita cuando ya no la ve necesaria. Sin embargo, ella no es la que hace que todo se desmorone. Es un personaje que no te tiene que caer bien pero tampoco es la figura a la que debemos dirigir nuestras frustraciones y amarguras. Ese es precisamente el late motive de Paquita Salas. Nos equivocamos porque vivimos, porque interactuamos con otras personas que también viven y por tanto se equivocan. Los villanos existen, pero muchas veces no tienen que ver con los traspiés que te encuentras en tu día a día. Todos lidiamos con nuestras propias Mariolas, gente que traiciona nuestra confianza, otra gente que te da de lado. Y si nos centramos en todos aquellos que no te ayudan, dejarás de prestar atención a los que nunca te abandonaron.

Podríamos profundizar demasiado en las digresiones morales que guardan prácticamente todos los episodios de la serie, aunque personalmente a mí me han permeado dos de ellas.

La primera es completamente parcial aunque muy reflexiva. Ver Paquita Salas, como mencionaba al inicio de mi crítica, es una píldora de voluntad. Las ganas riegan mis venas. Me motiva a querer hacer algo, a compartir con los demás todo lo que llevo dentro, y a ser un poco mejor mañana. Los Javis consiguen que me enfrente a mis miedos, que me vea reflejada en casi absolutamente todos los personajes que construyen, como si de parcelas de mi vida se tratase. Aunque nunca haya pertenecido a ese mundo tan vacuo con ínfulas de éxito y almas arrastradas. Pero es que se parece demasiado a otros mundos que sí conozco. El glamour de la alfombra roja se traslada a las fotos pretenciosas que invaden mis redes sociales.  Poner el móvil en el Modo Felicidad, descargarnos los filtros sonrisa, escuchar música a medias en los conciertos que asistimos. Vidas en streaming. La nada nos persigue, ya nos lo vaticinó Michael Ende. Así que no sé cómo será el universo de la farándula, pero en el mío también corre el desencanto, las apariencias, la cojera mental y la envidia como sistema económico. Y es un personaje como Paquita el que me sigue recordando que las cosas hay que hacerlas con pasión, porque esas son las que más valen. No perder la fe en lo que te mueve por dentro, esa cosita tan potente que te hace levantarte, correr y recorrer cientos de kilómetros hasta llegar de nuevo a Navarrete.

La segunda cuestión que me emociona de esta serie tiene que ver con una índole social, por lo que la presumo más interesante. Javier Ambrossi y Javier Calvo dotan de un valor asombroso a lo que se considera lo femenino. Es totalmente paradójico que sea un hombre quien pueda representar de una manera tan brillante a una señora como Paquita Salas, pero sólo se puede llegar a algo así si somos conscientes del talento que tienen estos dos directores para manejar los géneros no hegemónicos.

Las comedias protagonizadas en su mayoría por mujeres no son un apuesta habitual dentro del mundo del cine. El humor (al igual que otras muchas otras cosas) es una parcela que sigue copada por hombres heterosexuales, y que de vez en cuando permite brochazos de diversidad, pero que por lo general sigue estancada como oligopolio. Muchas veces se debe al falso supuesto cultural de que los hombres (heterosexuales por supuesto) tienen más gracia que las mujeres. Los hombres homosexuales por el contrario han sido foco de mofa, pero más bien por el punto «mariquita» que siempre ha sido útil a la hora de construir baja comedia. El hombre afeminado es gracioso siempre que lo imite un hombre heterosexual, lo que invita a reírse CON él. El hombre homosexual si no conserva el rol masculino/hetero, invitará a reírse DE él.

El triunfo de Brays Efe (como no podía ser de otra forma), es que en ningún momento finge ser una mujer, se convierte en Paquita con su voz, su cuerpo… Él simplemente actúa, es la espléndida rosa que no nos hace dudar nunca de lo que estamos viendo.

Además, está rodeado de un elenco de actrices que no pueden si no enfatizar todo un trabajo detrás que es brillante. Con diálogos desternillantes, jugando a esa mezcla entre reality y reality (en el sentido más explícito de la realidad). Sólo nos demuestran con gran maestría que el humor no tiene género ni condición sexual y que es necesario que abran las puertas a escenarios muchos más amplios, donde quepan todas esas voces que nadie escucha y que por ende parece que no existen. La aparición de Sonia, una mujer transexual nacida hombre y con síndrome de Down, es bajo mi punto de vista fantástica. Sobre todo por la naturalidad con la que todo el mundo la acepta (exceptuando su padre que la sigue llamando Luís). A lo que Paquita sentencia bien fuerte, «Pepé, por mucho que la sigas llamando Luís, ella seguirá siendo Sonia».  Lo que a su vez se traduce como un grito directo a todos aquellos que se empeñan en negar la mayor, en no «aceptar» la diversidad ni al prójimo.

Nos deja de fondo un mensaje bien claro que no podemos ya dejar de escuchar.

«No tienes que aceptarnos estamos aquí y punto, la responsabilidad de que me aceptes o no ha dejado de ser mía, nunca debió serlo. Es hora de que se traslade el problema a los intolerantes a los que odian, a los que castran, censuran y anulan ya que son ellos los que necesitan cambiar, no los demás».

Y con esto sólo deseo que por favor, ese afán creador de estos dos jóvenes no termine. Que sigan diciendo lo que quieren decir de la forma que lo hacen, arriesgándose con nuevos formatos y sobre todo, entreteniendo como sólo ellos saben.

Gracias Javier Ambrossi y Javier Calvo por estas tres temporadas.